El tiempo opresor

No llego a todo

Me siento abrumado con todas las tareas pendientes que están escritas en la lista esperando a ser tachadas. Siento placer cuando tacho una y me agobio cuando anoto dos más. Recuerdo que, en un evento de marketing digital, un experto en productividad personal recomendó diferenciar las tareas en personales y profesionales. Desde entonces mi libreta está fraccionada en dos mediante una raya divisoria. Después, escuché que otra experta aconsejaba distinguir las labores prioritarias de las aplazables. La respuesta fue la misma, no conseguía liberarme del estrés y del fracaso que suponían tener consciencia de la lista interminable. 

Hoy el tiempo se ha convertido en un tirano que nos azota cada vez que recibo un correo electrónico para una reunión, una quedada con los amigos, un recordatorio de mi veterinario, un libro que acumulo sobre la mesa, una película que pongo en “favoritos”, un fin de semana con mi pareja, una propuesta empresarial de una excompañera de trabajo, un WhatApp de mis padres para cenar juntos, una revisión de mi médico, una formación que tengo que preparar, un artículo que debo escribir, etc.

La exigencia de la temporalidad

He comprendido que, además de los quehaceres pendientes, hay una exigencia en nosotros mismos, una autoimposición, que a menudo tiene más peso que las tareas superfluas de la cotidianidad.

Con frecuencia se refleja en las pequeñas cosas, como pasar más tiempo haciendo deporte, cocinar para elaborar mejores platos o pasar tiempo con tus amigos o familiares. Pero hay otros que se sitúan en los adentros de la persona. Son aquellos que nos formulamos, sobre todo, por comparación: “Me encantaría tener aquel cuerpo, quiero escribir ese libro, quiero estudiar esa carrera, me quiero ir a vivir a ese pueblo, me gustaría adoptar un hijo, deseo hacer aquel viaje”, etc. 

Son deseos que se instalan en nuestra mente y que se despiertan cuando se hacen presentes en las vidas de los demás. Pueden llegar a herirnos, porque nos recuerdan la temporalidad y finitud de nuestra existencia. Una concepción del tiempo que nos hace reflexionar sobre el sentido de nuestra vida.

Aprovecha el tiempo

Vivimos instalados en una máxima que nos repetimos constantemente y que, además, tenemos la osadía de ofrecer como reproche al otro: “¡Aprovecha el tiempo!, “¡Invierte tu tiempo!”. 

Somos seres que producen, consumen y mueren. El primer verbo impone al segundo sus obligaciones contemporáneas. Y este se hace presente en nosotros en forma de trastorno mental. ¿Cuánto padecimiento nos está ocasionando nuestra concepción del tiempo? Desde la hiperaceleración hasta la sobreestimulación digital a modo de notificación. 

La digitalización y la relación con el tiempo

Todos los dispositivos tecnológicos con los que interactuamos tienen un común denominador: el tiempo. Todos y cada uno de ellos se han propuesto ahorrarnos tiempo: escuchar una nota de voz en WhatsApp en ×2, enviar un mensaje de manera instantánea, ver una película en cualquier momento y dispositivo, acceder a la información en directo y tiempo real, historias que se eliminan en 24 horas, redes sociales que nos avisan de comentarios de seguidores, notificaciones de fitnes y salud que nos recuerdan que esta semana no hemos cumplido los objetivos previstos, etc. 

Si precisamente la tecnología se ofrecía como remedio a muchos de los problemas que tenía el humano moderno, tengo la sensación de que los ha agravado y que nos ha impuesto muchos más de los que teníamos en un principio. Por lo tanto, me gustaría saber qué respuesta tiene la tecnología ante nuestra nueva relación con el tiempo.